Cuando escribí este libro, lo hice con el anhelo de que, una vez el lector lo concluya, sea capaz de decir: “Yo también quiero perdonar”. Es más, deseo que sea capaz de perdonar lo imperdonable, esas cosas que a veces parecen doler tanto, que no se pueden superar; que sea capaz de recapacitar sobre los efectos nefastos que produce el no perdonar y asumiera una nueva forma de pensar; que renovara su mente y dejara que el Señor sanara las heridas del pasado.